• Reflexiones ecologistas
  • Meditaciones ecologistas
  • Sustentabilidad: un viaje personal
  • Sustentabilidad, simplicidad, felicidad
  • La historia de mis experimentos con la sustentabilidad

Prefacio[edit | edit source]

En este libro, narro mi recorrido personal, experimentos, experiencias y reflexiones sobre cómo vivir de manera plena y sostenible. Este libro está inconcluso, y siempre lo estará. La razón es que no pretendo haber alcanzado una vida sostenible, ni mucho menos haber descubierto todo lo que hay para saber al respecto. Sin embargo, llevo varios años caminando por esta senda, y quizás pueda mostrar a otros algunos atajos y advertir de ciertos peligros.

Aunque comencé este libro con la intención de inspirar, motivar e informar a otros, al final creo que soy yo la persona más beneficiada, pues escribir es un proceso en que ideas dispersas toman forma concreta, y por lo tanto sus falencias saltan a la vista y demandan resolución. Así, escribir este libro fue también un enorme aprendizaje para mi, impulsado por el deseo de estar a la altura de mis lectores. Por esa razón, les agradezco.

Quiero agradecer también a todas las personas nombradas o aludidas en el libro, pero sobre todo a mi madre, por permitir y alentar tantos de mis experimentos en su casa de campo, y a mi pareja, por su apoyo incondicional y comentarios. ¡Gracias!

Vivienda[edit | edit source]

Ventanas doble vidrio[edit | edit source]

Aislación, casas pasivas.

Paneles solares[edit | edit source]

En julio de 2022, cuando tenía 35 años, por fin compré mi primer equipo de paneles solares, inspirado por el libro To Catch The Sun de Lonny Grafman. En esa época vivía en las afueras de Buenos Aires y el precio de la electricidad era tan bajo que los paneles nunca se hubieran llegado a pagar a sí mismos. Por ejemplo, mi consumo durante los 12 meses antes de adquirir los paneles fue de aproximadamente 80 kWh por mes y el costo era de aproximadamente 3 dolares por mes, de los cuales 2 estaban subsidiados por el Estado. En total pagué unos 13 dólares, y si no hubiera habido subsidios, hubiera pagado 33 dólares.

Período Consumo Precio Subsidios
Bimestre 4 2021 149 kWh USD 2,01 USD 2,76
Bimestre 5 2021 141 kWh USD 1,75 USD 2,37
Bimestre 6 2021 156 kWh USD 1,81 USD 2,23
Bimestre 1 2022 228 kWh USD 2,61 USD 3,21
Bimestre 2 2022 169 kWh USD 2,51 USD 5,06
Bimestre 3 2022 156 kWh USD 1,95 USD 4,27

Es cierto que mi consumo de electricidad fue relativamente bajo. Como referencia, en 2022, el consumo residencial promedio en Argentina rondaba los 180 kWh por mes (en parte porque la mayoría de las cocinas, duchas y calefacciones son a gas natural). También tendría que decir que la electricidad en mi zona durante esos años fue particularmente barata y no representativa de otras partes del país. Por ejemplo, en 2023, viví unos meses en el interior de la provincia y mis consumos fueron...

Mes Consumo Precio
Abril 241 kWh USD 12,40
Mayo 241 kWh USD 11,81
Junio 84 kWh USD 7,52
Julio
Agosto
Septiembre

Pero aún así, con estos precios, comprar paneles solares nunca podría haber sido una decisión económica, por muy baratos que sean. Por ejemplo, los equipos que compré me costaron:

El total fue de 460.500 pesos, o USD 1064 al precio del dolar informal en aquel momento, o USD 1100 si le sumamos algunos costos de envío. Es decir que si dejo de pagar electricidad y utilizo solo mis paneles solares, recuperaría la inversión en 87 años, o si no hubiera subsidios, en 34 años. Y eso, suponiendo que no tuviera que cambiar la batería cada pocos años, y que ninguna otra pieza se dañe. En otras palabras, imposible. ¿Por qué entonces compré los paneles? Creo que además del argumento económico, que en mi caso no aplica, existen varias otras razones.

En primer lugar, está la reducción de mi huella de carbono. Esto supone que las emisiones de la producción y transporte de los paneles, batería, regulador, inversor, cables, etc. es menor que las emisiones de la generación de la electricidad que hubiera consumido en el tiempo que utilice mis paneles. En mi país, se pasó una ley que habilita al Ministerio de Salud a etiquetar ciertos productos con advertencias de exceso de sodio, azúcar, grasa, etc. ¿Qué tan factible sería una etiqueta similar para los productos con exceso de emisiones?

En segundo lugar, está la inspiración que sabía que podía otorgar a mi familia, amigos y conocidos. En el libro X de Catherine Y, leí que la mejor manera de predecir si una persona va a adquirir paneles solares, no es por su nivel de educación, ingresos o profesión, sino por si algún vecino o conocido suyo ya tiene paneles. Somos animales sociales y aprendemos mucho por imitación. Ver es creer y como dice un proverbio chino, "mostrar una vez equivale a decir mil veces". Al adquirir mis paneles, mi pareja, mi madre, familia, amigos y conocidos se interesaran, preguntaran y reflexionaran. Que yo sepa, ninguno adquirió paneles aún, pero siento que están mucho más cerca. Quizás cuando tenga mi propia casa, con un sistema fijo, el alcance sea todavía mayor. Algo parecido ocurrió con el compostaje. Mi familia, amigos y conocidos me vieron y consultaron. Así se sembró una semilla, o se regó una que ya estaba sembrada. Me considero un ecologista, pero hace tiempo que dejé de intentar convencer a mis allegados con palabras. Las acciones son más humildes, funcionan mejor y además me aportan felicidad, conocimiento y beneficios materiales, a diferencia de discutir, que solo me aporta conflicto y frustración.

Pero quizás la principal razón, que apenas consideré cuando empecé, fue la cantidad de conocimiento útil e interesante que aprendí. El proceso de decidir, investigar, comprar, instalar y utilizar mis paneles me enseñó más de lo que hubiera imaginado posible sobre mi mismo, la naturaleza y la sociedad. Fue una experiencia extremadamente enriquecedora, que recomiendo a cualquiera que tenga la más mínima curiosidad al respecto. Me atrevo a decir que por USD 1100, aprendí lo mismo o más que hubiera aprendido en un curso al respecto, pero con la diferencia de que me quedé con un sistema solar funcionando, que utilizo a diario y que seguramente todavía tiene mucho para dar.

Algunos habrán notado ciertas peculiaridades en mi sistema solar. Batería de plomo, inversor pequeño, regulador sobredimensionado.

Por último, todo este proceso me aportó cantidades de felicidad imposibles de medir. La alegría de aprender algo nuevo, la satisfacción de hacer lo que creo correcto y de sentir que mis acciones no están guiadas sólo por el dinero y el egoísmo, sino también por motivaciones más profundas, bellas y altruistas.

Quisiera ver a mi país liderar. Vaca Muerta.

Batería de agua[edit | edit source]

Algunas ideas nunca salen del papel. Por unos días consideré la posibilidad de construir una "batería de agua". La idea básica eran dos tanques de agua, uno en el suelo y otro en el techo de la casa. Durante el día, cuando hay sol, una bomba solar llevaría agua del tanque bajo al tanque alto. Durante la noche, o cuando se requiera electricidad, el agua se dejaría caer por un tubo, del tanque alto al tanque bajo, donde un generador hidroeléctrico convertiría el flujo de agua en electricidad. ¿Pero qué tan grande hubiera tenido que ser el tanque alto para contener una cantidad útil de energía? Tras un poco de investigación, aprendí que la fórmula es bien sencilla: la cantidad de energía es igual a la masa (en kilos) multiplicada por la altura (en metros), multiplicada por la constante gravitatoria (9,8 m/s²). Es decir que un tanque grande pero normal, de por ejemplo 1000 litros, elevado a una altura considerable pero normal, digamos 5 metros, contiene 1000 × 5 × 9,8 = 49000 joules, o 13,6 watts-hora. Por lo tanto, todo mi complicado y caro sistema alcanzaría para mantener encendida una lampara LED de 10 watts por poco más de una hora (y eso, asumiendo que la conversión del flujo de agua en flujo de electrones es 100% eficiente, cuando la realidad está mas cerca del 70%).

Esta decepción fue una revelación para mi. Pensé en el cansancio que me produciría llenar ese tanque de agua con mis propios músculos, por ejemplo mediante una bomba manual o a pedal. Ese cansancio sería más o menos equivalente a la energía que se requiere para mantener encendida una humilde lámpara LED por una hora. Para mi fue una manera efectiva de comprender, sentir e internalizar la cantidad de energía que consumo a diario.

Termotanque solar[edit | edit source]

Agua caliente, duchas, tiempo de la duchas, duchas de agua fría, monjes, método Win Hof.

Transporte[edit | edit source]

Automóviles[edit | edit source]

Vivo en Buenos Aires, conocida como la ciudad de la furia.

Los autos y las chimeneas industriales son, quizás, las dos imágenes que más rápido asocio a la contaminación, el calentamiento global y el cambio climático. Sus efectos adversos son, sin dudas, más fáciles de ver y entender que los de la alimentación o el consumismo, por ejemplo. Quizás por eso, odié los autos y me resistí a sacar mi licencia de conducir hasta los 24 años, pese a que sabía manejar desde los 13 y que tenía acceso al auto de mis padres. Pero al final, persuadido quizás por el deseo de visitar un observatorio astronómico en el desierto de Atacama, obtuve mi licencia y manejé por primera vez, en Chile, un auto alquilado.

Nadie puede negar el placer y la libertad de manejar por una ruta vacía en medio de la nada, así como nadie puede negar el absurdo de hallarse atrapado en el tráfico de la ciudad, eternamente buscando estacionamiento, aturdido por motores y bocinas, asediado por moles de metal con locos al volante. Los autos son máquinas maravillosas, prácticas obras de ingeniería que despiertan pasión en millones.

Una idea que nunca salió del papel fue la de un "auto solar", o auto eléctrico sin batería, propulsado directamente por paneles solares instalados en el techo. Al no utilizar batería, tendría autonomía ilimitada en tanto haya suficiente sol, y también me evitaría los problemas asociados con las baterías (costo, peso, durabilidad, peligros, etc). Sin embargo, rápidamente me informé que los motores de auto más modestos rondan los 5 caballos de fuerza, o 3600 watts, mientras que un panel solar produce alrededor de 200 watts por metro cuadrado en condiciones óptimas (sin nubes, al mediodía, en verano). De modo que un techo de auto relativamente amplio, digamos de dos metros cuadrados, podría producir unos 400 watts, o medio caballo de fuerza, en el mejor de los casos.

Esta desproporción puso fin al proyecto antes de que empiece. Sin embargo, me sirvió para dimensionar la cantidad de energía que utilizaba mi auto. En ese momento, tenía un auto naftero de 200 caballos de fuerza a potencia máxima. Extrapolando, calculo unos 80 caballos de fuerza a potencia normal, o 59.000 watts. En contraste, una persona promedio, como yo, pedaleando, produce unos 100 watts. Es decir que mi auto me proporcionaba una potencia equivalente a 590 ciclistas. Esta exageración me resulta todavía más sorprendente cuando considero que el record de velocidad en un vehículo propulsado a pedal por una única persona, es de más de 140 km por hora. Es otra manera de ver la increíble eficiencia de las bicicletas.

Claro que una forma de continuar con este "auto solar" sería incorporar una batería, y que los paneles sirvan para recargar la batería mientras el auto está detenido (la mayoría de los autos están 99% del tiempo detenidos). Usar una batería es la solución estándar en los autos eléctricos, ya que pese a todos sus problemas, a cambio dan soluciones clave (estabilidad, fiabilidad, potencia, etc). La diferencia entre este auto solar y un auto eléctrico convencional sería la posibilidad de recargar la batería con los paneles ya integrados al techo. Esto no solo reduciría (o eliminaría por completo) los costos de recargar el vehículo (ya sea en casa o en una estación), sino que garantizaría que la electricidad provenga de una fuente 100% renovable. Algunos vehículos así ya existen en el mercado.

Un auto a gas cuesta tanto. Uno eléctrico tanto. Tal es el precio de mis principios y creencias. La fuerza de una creencia se mide por lo que uno esta dispuesto a apostar por ella. El juego de creencias.

Auto eléctrico[edit | edit source]

Bicicletas[edit | edit source]

Aunque por ahora desistí del proyecto de un "auto solar", mis cálculos sugieren que una "bicicleta solar" no sería del todo ridícula, ya que la energía que produce un panel solar de un metro cuadrado (100-200 W) es muy comparable a la que produce un ciclista (50-150 W). Creo que la mayor dificultad reside en imaginar dónde o cómo ubicar el panel solar, porque en mi opinión, la estructura y estética de una bicicleta no se prestan demasiado bien a la idea de un "techo", por muy solar que sea. Sin embargo, una solución podría ser que el panel viaje en un trailer o carro para bicicleta, y que el motor vaya integrado al mismo carro, de manera que "empuje" la bicicleta cuando hay sol. El carro se podría acoplar cuando hay sol, quitar cuando no (o cuando simplemente se quiera pedalear a la antigua), e incluso se podría prestar a un amigo o alquilar a un cliente. Además, el carro podría llevar equipaje (o una batería). Solo habría que resolver la cuestión del control del motor desde el manubrio, pero no anticipo ninguna dificultad fundamental. Así, una idea fallida puede dar lugar a otra menos defectuosa, y eventualmente converger en algo útil.

Bicicleta eléctrica[edit | edit source]

Aviones[edit | edit source]

El Gran Camino es llano y no está lejos de uno mismo. Quienes lo buscan lejos van, y después, regresan.
— Lao Tse, Wen Tzu

De niño, mi único viaje en avión fue con mi familia a los Estados Unidos. Mi primer viaje por decisión propia fue a los 18 años, en 2005, a Biloxi, Mississippi, Estados Unidos, meses antes de que el huracán Katrina la destruyera. Siguieron viajes a Nueva Zelanda, Europa, el sudeste asiático, Israel y Europa otra vez. En total fueron ??? kilómetros, o ??? toneladas de carbono.

Durante mis primeros viajes, creo que desconocía la escala de las emisiones de los aviones. Pero para mis últimos viajes, ya lo sospechaba, aunque todavía no había puesto números al asunto.

Mi último viaje fue a los 36 años, en 2022, a la 27ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, o COP27, en Sharm El-Sheikh, Egipto. Fui con mi pareja Nasha, co-fundadora de Sustentabilidad Sin Fronteras, y mi amigo Max, ???. Me convencí de que, siendo que hace 4 años que no viajaba, y siendo Egipto un lugar tan interesante, y siendo mi primer año con Nasha, y siendo que Sharm El-Sheikh es una meca mundial del buceo, y que mi amigo Max es un buceador experimentado, y que el evento tiene por objetivo combatir el cambio climático, y que luego del viaje podría compensar mi huella de carbono, por todo eso, pensé, podría ser aceptable viajar 12,000 km en avión. Al volver, compensé mi huella de carbono comprando ??? metros de bosque a la fundación ???

Finalmente, a los 37 años, me tomé la molestia de investigar un poco. Descubrí que las emisiones por persona de un viaje en avión dependen de varios factores, incluyendo la distancia recorrida (pues lo que más emite es el despegue), si el avión va lleno (pues las mismas emisiones se dividen entre más o menos personas) y qué tan moderno es el avión (pues algunos modelos son más eficientes que otros). Sin embargo, un promedio conveniente para los cálculos es de 100 g de dióxido de carbono por persona por kilómetro.[1][2][3] Desde Buenos Aires, un viaje muy frecuente es a Madrid (la "puerta de entrada a Europa", decimos). Este viaje es de casi exactamente 10.000 kilómetros. Es decir que volar de Buenos Aires a Madrid produce unos 100 g × 10.000 = 1.000.000 g = 1 tonelada de dióxido de carbono por persona, aproximadamente.

Para ponerlo en perspectiva, una garrafa de gas natural, de uso típico en las cocinas argentinas, contiene 10 kg de gas. Ese gas es aproximadamente 61,4% carbono, es decir 6,14 kg de carbono, el cual combustiona con 16,38 kg de oxígeno para producir 22,52 kg de dióxido de carbono.[4] Esto significa que viajar de Buenos Aires a Madrid es como quemar unas 45 garrafas comunes de cocina por persona, ¡y otras tantas a la vuelta! Esta comparación también me enseñó que tiene poco sentido incursionar en hornos solares, deshidratadores solares, termotanques solares, etc, para reducir mi consumo de gas natural, si en un solo viaje ida y vuelta a Europa voy a quemar el equivalente a 90 garrafas.

Por otra parte, una enorme virtud ambiental del vuelo es que no requiere de caminos. Es claro que la construcción y el mantenimiento de todas las autopistas, rutas y calles del mundo implica enormes cantidades de emisiones, no solo por la maquinaria con las que se realizan las obras finales, sino también por la extracción, procesamiento y transporte de los materiales, e infinitas cuestiones más. Además, entiendo que los caminos tienen la consecuencia indeseada de actuar como barreras al flujo natural de la fauna silvestre, de manera que un ecosistema grande, atravesado por rutas, a veces funciona más como una serie de ecosistemas pequeños. A veces imagino que en un futuro apocalíptico, con los caminos ya destruidos por los años de abandono, el transporte aéreo, de ser una posibilidad, podría resultar más conveniente. Esta virtud del vuelo me llevó a considerar algunas alternativas al avión convencional.

Viajar está sobreestimado. Compañías de aviones, viajes y turismo lo publicitan como el disfrute máximo. En Indonesia, una amiga me dijo que antes, los símbolos de estatus eran el auto, la casa, las posesiones materiales, etc. pero que hoy son las lenguas y los viajes. Por mi pasado viajero, no tengo ningún derecho a juzgar a otros. Solo puedo desear que futuras generaciones sean más sabias que yo y redescubran estas verdades antes de haber volado demasiado.

Bicicletas voladoras[edit | edit source]

Recuerdo que un verano de 2022, en un festival ambiental sobre el Río de la Plata, conocí a mi amigo Daniel, quien sería mi secuaz en esta y otras aventuras. Conversando, me compartió su sueño de algún día construir una bicicleta voladora. Al instante capturó toda mi atención y pasamos buena parte de la tarde imaginando si acaso era posible, y nos despedimos decididos a seguir pensando e investigando. Días después, descubrí que las bicicletas voladoras no solo son posibles, ¡sino que existen hace décadas! De hecho, la historia se remonta a principios del siglo XX, aunque recién en 1977, una aeronave llamada Gossamer Condor logró el primer vuelo sostenido y controlado con un vehículo impulsado a pedal. A este le siguieron varios otros modelos hasta que en 1988, un equipo llamado MIT Daedalus logró volar 115 kilómetros, récord que aún se sostiene. El vuelo se realizó de la isla de Creta a Grecia, reproduciendo así el mítico escape de Dédalo e Ícaro, el cual según cuenta la leyenda, terminó en tragedia cuando Ícaro, desobedeciendo a su padre Dédalo, voló demasiado cerca del sol y derritió la cera de sus alas, cayendo hacia su muerte. La verdad es que hoy, aunque todavía existen entusiastas, clubes y competencias de "bicicletas voladoras", estas nunca pasaron de ser una diversión y un desafío de ingeniería, pues sus enormes alas ultraligeras las hacen difíciles de maniobrar y estacionar, además de muy susceptibles a las ráfagas de viento. Por estas y otras razones, la bicicleta voladora fue abandonada.

Ala delta[edit | edit source]

En el proceso de descubrir y descartar la bicicleta voladora, aprendí que su historia esta ligada a la del ala delta. El Gossamer Condor, la primer bicicleta voladora capaz de vuelo sostenido y controlado, fue creada por entusiastas del ala delta, y parece que de allí vino su convicción de que era posible. El ala delta es un dispositivo maravilloso. A primera vista, parece poco más que cuatro palos y una tela. De hecho, su construcción y funcionamiento son tan simples, que podría haber sido inventado por los antiguos egipcios. Incluso recuerda mucho a un barrilete, y casualmente los barriletes fueron los primeros dispositivos voladores. Sin embargo, pese a las apariencias, el ala delta solo fue posible gracias a los avanzados conocimientos aeronáuticos de su creador, Francis Rogallo, ingeniero de la NASA. La simplicidad es la sofisticación última, dijo Leonardo. Una vez inventada, sin embargo, replicarla parece relativamente simple.

Entusiasmados por la perspectiva, fuimos con Daniel (y otro amigo, Agustín) a un "vuelo bautismo" de ala delta, para asegurarnos de no tener ningún terror a las alturas hasta entonces desconocido, así como para ver un ala delta de cerca y empezar a conocer gente involucrada y sapiente. Allí conocimos a nuestro instructor, un personaje con una historia interesante. Nos contó que en su juventud, cuando el ala delta recién estaba siendo inventada en Australia, se enteró de ello y supo que era su destino. Desde Estados Unidos, llamó a la fábrica y se ofreció a trabajar gratis. Aceptaron, viajó y trabajó, uno, dos, tres meses, completamente gratis. Primero limpiando, luego sosteniendo caños, luego atornillando, finalmente a la par con todos. Hizo amigos, y cuando lo invitaban a tomar algo luego del trabajo, respondía que no podía, pues trabajaba gratis y no tenía resto para eso. A los cuatro meses, lo contrataron, en una fábrica a la que muchos pilotos y personas más capacitadas hubieran dado un ojo de la cara por entrar. Me recordó lo que decía mi hermano monje, que una persona desempleada, pero con verdaderas ganas de trabajar, si empezara a recorrer negocios ofreciendo limpiar los vidrios de las vitrinas gratis, por ejemplo, en menos de dos semanas tendría trabajo. En fin, hablando con el instructor, nos enteramos que un ala delta moderno utiliza aluminio y tornillos aeronáuticos especiales, que no se consiguen en Argentina, y que si bien no son necesarios para volar, si lo son para volar de manera segura. Comprendimos que si bien hacer un ala delta casero es factible, hacer uno seguro, no tanto. De hecho, las mejoras en los materiales y técnicas de construcción, entre otras cuestiones, explican por qué los primeros años del ala delta vieron tanta mortalidad, y luego tan poca.[5]

Cabe aclarar que nunca, ni Daniel ni yo, pensamos en saltar de un techo o un risco con un ala delta casera. La idea siempre fue correr por una llanura con el ala delta, elevarse un poco, y bajar. Luego, cuando eso estuviera dominado, correr por una ligera pendiente, elevarse, y bajar. Y así, ir aumentando la pendiente y ganando confianza sin correr mayores riesgos, como se hace en algunos cursos de aprendizaje de ala delta.[6] Pero el problema era que con un ala delta casera, nunca se puede pasar de jugar en una pendiente a volar de verdad, sin incurrir en un riesgo considerable de muerte, debido a la falta de materiales y técnicas modernas de construcción. Y la verdad que ni Daniel ni yo queríamos engrosar las filas de los mártires de la aviación. La disyuntiva que se nos presentó entonces fue: o hacer un ala delta de cero, pero que nunca pasaría de la pendiente, o comprar un ala delta ya hecha y volar de verdad.

Sin embargo, nunca hubo que resolver la disyuntiva, porque ese mismo día entendimos algo todavía más relevante. Para nuestro vuelo bautismo, el procedimiento era subir al ala delta junto con el instructor, ser remolcados por una pequeña avioneta hasta unos 600 metros, y una vez allí, soltarnos y planear suavemente por varios minutos, hasta aterrizar. A este vuelo descendente se lo llama "piano". Por contraste, cuando se vuela solo, en general lo que se busca es "remontar térmicas", es decir masas de aire caliente ascendente, y elevarse con ellas, cientos o miles de metros, una y otra vez, en tanto las térmicas lo permitan y el piloto lo desee. Pero para remontar la primera térmica, se necesita de cierta altura inicial. En zonas montañosas, se logra subiendo a una montaña y saltando desde allí. Pero en la llanura pampeana, donde no hay una montaña en 1000 kilómetros a la redonda, la altura inicial se gana con una avioneta, que en este caso era naftera. Es decir que para volar en ala delta, sigue siendo necesario quemar combustibles fósiles, ya sea para la avioneta, o para subir a una montaña, que generalmente se hace en auto.

Claro que se pueden usar métodos alternativos para elevarse. De hecho, uno de los "locos del aire" que conocimos en el aeródromo nos contaba que, hace algunos años, habían desarrollado un avión a control remoto al que los pilotos se podían montar con su ala delta para ser remolcados. Dicho avión, por no llevar piloto, era mucho más pequeño y ligero que una avioneta naftera, y por lo tanto podía ser eléctrico y alimentado con renovables. Esta brillante idea, desarrollada en aquel aeródromo, fue vendida a los Estados Unidos. Recuerdo con cariño la emoción de compartir esa tarde con gente tan apasionada e inventiva, que en ningún momento se rió de nuestro proyecto, porque todos ellos de alguna manera habían estado allí. Otro método para ganar altura es atar una cuerda a una camioneta y ser remolcado por ella. Si la camioneta es eléctrica, no se queman combustibles fósiles, pero el problema con este método es que se requiere mucho espacio en tierra y no se alcanza gran altura, lo cual deja poco margen para encontrar y remontar la térmica inicial.

En el camino de vuelta de aquel día memorable, rumiando sobre este problema, creí encontrar la solución. Un dispositivo sencillo que se eleva de manera vertical y a gran altura: los globos.

Globos solares[edit | edit source]

Cuando era niño, una de mis serias animadas favoritas, que veía una y otra vez, era La vuelta al mundo de Willy Fog, una adaptación del clásico de Julio Verne. Así que cuando mis experiencias y razonamientos me llevaron hacia los globos, no pude más que sonreír frente a la conexión con mi niñez.

El bote volador de Francesco Lana de Terzi, sostenido por globos de vacío.

Todos los globos se elevan porque el gas que los infla es menos denso que el aire que los circunda, de manera que "flotan" sobre el aire por la misma razón que los barcos flotan sobre el agua. Los globos con menor densidad teórica, y por lo tanto con mayor sustentación en relación a su volumen, son aquellos que no utilizan ningún gas en absoluto, es decir que están "llenos de vacío". Curiosamente, este concepto de un "globo de vacío" es también el más antiguo de todos. Fue concebido por primera vez en 1670 por un sacerdote jesuita llamado Francesco Lana de Terzi, quien por esta razón es a veces considerado el padre de la aeronáutica. El problema es que al quitar todo el contenido de un globo, este colapsa, como vemos con facilidad en un globo de cumpleaños desinflado. Para evitar este colapso, hay que dar rigidez al globo, sea con una membrana sólida, por ejemplo de metal, como proponía Francesco, o con una estructura rígida dentro de una membrana flexible, como propusieron otros mas adelante. El desafío entonces es lograr un contenedor lo suficientemente resistente como para soportar la enorme presión atmosférica, pero que a la vez sea lo suficientemente ligero como para elevarse. Semejante contenedor es teóricamente posible, pero no sería ni fácil ni barato, ya que su construcción exigiría técnicas y materiales avanzados. Además, esta el problema adicional de que cualquier falla en la estructura podría causar una tremenda implosión, lo cual es todavía más grave si se considera que la manera más natural de aumentar la sustentación de un globo, sin aumentar demasiado su peso, es con un único contenedor gigante, en lugar de muchos pequeñitos como imaginó Francesco.

Mucho más fácil es utilizar algún gas, cuya presión interna será igual a la atomosférica, y por lo tanto nos ahorra la necesidad de una estructura rígida, así como su peso y riesgo de implosión asociados. El hidrógeno es el gas más ligero de todos, y por lo tanto el que mayor sustentación genera para un volumen determinado. Además es muy abundante y relativamente fácil y barato de producir. Su problema, sin embargo, es que es altamente inflamable, como siempre nos recuerda el infame accidente del Hindemburg, y desde aquel incidente que se dejó de utilizar.

Apenas más pesado que el hidrógeno es el helio, que tiene la enorme ventaja de no ser inflamable. Su problema es que es relativamente escaso y caro, pues a diferencia del hidrógeno, que se encuentra en grandes cantidades por ejemplo en el agua (H2O), el helio, por ser inerte, no se une con nada y solo se encuentra suelto. Pero por ser más ligero que el aire, tiende a elevarse y escapar de la atmósfera, de modo que la principal manera en que se encuentra es atrapado bajo tierra, y su extracción es un producto colateral de la industria del petróleo y gas natural. Es irónico que el helio sea tan raro en la tierra, siendo que es el segundo elemento más común del universo, pero así son las cosas. En cualquier caso, pese a todo, el helio es el principal gas que se utiliza en los globos comerciales modernos.

La otra opción popular es el aire caliente. Este tiene la obvia ventaja de que, como dijo una amiga, aire y calor son fáciles de conseguir. Su principal problema, desde mi perspectiva, es que el aire en general se calienta quemando groseras cantidades de gas natural, y por lo tanto recae otra vez en el uso de combustibles fósiles.

En 2022, tuve la oportunidad de volar con mi pareja en un globo de aire caliente, como parte de un crucero que hicimos por el Nilo luego de la COP27 en Egipto. Eramos unos 20 pasajeros por globo y el vuelo duró algo así como una hora, en el transcurso de la cual el piloto quemó 6 garrafas grandes de gas natural (no se el litraje ni la presión). Recuerdo que luego del vuelo, fuimos a almorzar con el grupo y el piloto, que al parecer era el más experimentado de todos y el instructor de los demás. Le pregunté por la posibilidad de calentar el aire con el sol, pues por aquel entonces yo ya había escuchado de la existencia de los globos solares, y recuerdo que se rió y dijo que en teoría es posible, pero en la realidad no.

Parapente[edit | edit source]

Vale señalar que mucho de lo dicho sobre el ala delta aplica también a los parapentes. A mi me parece que los parapentes son al ala delta como el kitesurf es al windsurf, ya que utiliza el aire mismo del vuelo para dar estructura a una tela, en lugar de caños y otras piezas rígidas. La ventaja adicional es que una tela se puede plegar y comprimir mucho más que cualquier caño, hasta el punto de ser transportable en cualquier baúl e incluso una mochila. De hecho, parece que el parapente fue inventado por escaladores a quienes les fascinaba subir montañas, pero no tanto bajar, de manera que una vez en la cima, se precipitaban montaña abajo planeando suavemente.

Alimentación[edit | edit source]

Es difícil subestimar la importancia de la alimentación. Cada día, ingiero aproximadamente 1,5 kg de alimento, sin contar las bebidas. Esto equivale a 550 kg de materia por año que hay que producir, procesar, empaquetar, transportar, almacenar, etc.

Carne[edit | edit source]

Soy de Argentina, un país conocido principalmente por el fútbol, el tango y la carne. Un argentino vegetariano es casi como un oxímoron, similar a un francés que no come queso. Cuando nos visitan de otros países, ir a una parrilla es poco más o menos obligatorio, y los domingos en Argentina el asado es prácticamente una tradición nacional. Durante mi niñez, los domingos siempre fueron días de familia, sol, carne, ensalada de papa y huevo y de lechuga y tomate. Con los años, los asados en familia disminuyeron, pero fueron reemplazados por asados con amigos y el ritual continuó.

De niño, pasé muchos veranos en el campo de mi abuela, cerca de Junín, en la provincia de Buenos Aires. Cuando mi abuela murió, mi madre heredó una parte, de 42 hectáreas, que incluía el casco del campo, un amplio parque, dos pequeños montes, y casi 40 hectáreas de tierra fértil que hoy se arriendan para cultivar soja y maíz. A paisajes sojeros como este a veces le dicen "desierto verde", porque el número de especies por hectárea es comparable al de un desierto. Pese a eso, con mi madre observamos y fotografiamos cientos de especies de aves, mamíferos, reptiles, anfibios, insectos, microorganismos, hongos y plantas silvestres, sin contar las cultivadas u ornamentales. Dicen que Argentina es una meca para los observadores de aves, así como para los cazadores de (huesos de) dinosaurios. Dinosaurios todavía no encontré, pero en cuanto a aves, vimos búhos, cabezas negras, calandrias, caranchos, carpinteros, carpinteros reales, chimangos, colibríes, cotorras, cuervillos de la cañada, garzas, gorriones, horneros, lechuzas, palomas, patos, pechitos colorados, ratoneros, teros, tijeretas, torcasas, tordos renegridos, venteveos y zorzales.

Cuando yo era niño, esto ya era una zona sojera, pero había mayores pastizales y montes, pequeñas lagunas, cañaverales para jugar y viejas ruinas para explorar. Las ruinas me hablaban de una época apenas anterior, donde más gente vivía por aquí. Antiguamente, la casa de mi madre era una escuela que cerró cuando se prohibieron las escuelas en propiedad privada, lo de mi vecina era una panadería donde la gente se reunía a bailar, y justo enfrente había un almacén que se incendió por motivos misteriosos. En uno de los montes vivía un herrero, y para el otro lado había un tambo y una chanchería. Hoy, casi todos esos pastizales, montes, lagunas, cañaverales y ruinas fueron arrasados por la soja.

Pese a mi conexión personal con la carne y con la soja, hasta los 27 años yo desconocía que el principal uso de la soja es engordar animales en Asia y Europa. Quizás porque en el campo de mi abuela nunca se criaron animales, o quizás porque las vacas que se ven desde el camino comen pasto, o quizás porque nunca me interesé por el agro, o quizás porque no soy tan perspicaz ni observador como quisiera creer. La soja es el alimento más eficiente que hay. Esa es la razón por la cual se cultiva tanto.

También desconocía la conexión entre la soja y la deforestación, pérdida de biodiversidad, cambio climático, etc. Siempre hay cierto trecho entre entender algo, y creerlo. Una verdadera creencia implica acción, de lo contrario son solo pensamientos. Cuando entendí la conexión, todavía me llevó algo de tiempo dar el paso, pero una vez iniciado el proceso, no lo pude ni quise detener, y a los 28 años de edad dejé de comer carne.

De hecho, aún no me deja de sorprender que hayamos logrado desplazar tanto a la naturaleza, siendo que su estrategia es tan abrumadora. La vida no se multiplica: se exponencia. La humanidad avanza de manera lineal, pero la vida es exponencial. Un año que dejemos de sembrar y las plantas lo reclamarían todo. Una década y la cantidad de dióxido de carbono absorbido sería ???. Pero por desgracia, incluso si toda la tierra se cubriera de plantas, no alcanzaría para quitar de la atmósfera el carbono liberado. Todo ese carbono estaba bajo tierra y como dijo Philip Mason, para volverlo a enterrar hará falta un esfuerzo comparable al que hicimos para extraerlo.

Es muy difícil estimar la cantidad de carne que comí en mi vida, pero para tener alguna idea, suponiendo que empecé a los 2 años y con un promedio de 2 kg por semana (de niño menos, de adulto más), serían 2 kg × 52 semanas × 26 años = 2704 kg o 2,7 toneladas, es decir unas cuatro vacas enteras. A todos esos seres pido perdón, pero no me culpo, ni culpo a mi familia por esos años. La ignorancia es el único escudo razonable, y la verdad que no sabíamos de la conexión, ni tuve oportunidad de reflexionar al respecto, pese a haber estudiado filosofía y ética en la escuela y en la universidad. Ya no recuerdo mi primera exposición a estas ideas, pero nunca voy a olvidar el elocuente discurso de Gary Yourofsky, ni el profundo libro de Peter Singer, ni documentales definitivos como Earthlings y Cowspiracy. A todos ellos gracias, por abrir mis ojos y mi mente, y por todo lo maravilloso que siguió.

Veganismo[edit | edit source]

Una vez ahí, la información fluyó y dos años después dejé de comer casi todo producto animal. Digo casi, porque todavía como miel y mejillones en ocasiones. No los compro, pero los acepto si se me ofrecen.

Conocí un adolescente que quiso adoptar una dieta vegana, pero a las pocas semanas se sentía débil, enfermó y la dejó. Más allá de que era una persona enfermiza para empezar, supe que su nueva dieta consistía exclusivamente en lentejas, arroz, papa, fideos y poco más. Nada de frutas, contadas verduras, poquísima variedad. En mi opinión, no es necesario ir a un nutricionista para adoptar una dieta vegana, pero solo si uno entiende que una dieta variada es la manera más fácil de asegurar (o maximizar la probabilidad) de que el cuerpo cuente con todos los nutrientes y vitaminas esenciales (del mismo modo que la diversidad en los miembros de un equipo aumenta la probabilidad de que el equipo cuente con todas las habilidades necesarias para resolver cualquier situación).

Siempre fui delgado. Cuando adopté el vegetarianismo perdí 4 kg, pero cuando di el siguiente paso al veganismo mantuve mi peso. Quizás porque el cambio fue menos abrupto y ya tenía una mejor idea de qué comer.

Vitamina B12. Morderse las uñas. La primera vez que me hice un test de B12, aproximadamente un año después de adoptar una dieta vegana, me dió bastante baja, casi deficiente. Entonces empecé a tomar pastillas de B12 de 2000 microgramos con cierta regularidad, una, dos, tres veces por semana, y cuando me hice un segundo test un año después, había subido mucho. Hoy día, tomo una pastilla por semana, a veces cada dos, a veces cada tres.

Otro tanto hay que decir sobre la vitamina D. Para mi, tomar un sol es uno de los placeres gratis de la vida, y por lo tanto nunca tuve problemas con la vitamina D.

Mi padre me enseñó que mis derechos terminan donde empiezan los de los demás. Observo que a lo largo de la historia, el alcance de "los demás", o lo que algunos llaman el "círculo de compasión", se ha ido ampliando. Primero alcanzaba solo a mi familia, tribu, pueblo o sociedad. Luego, solo a mi raza. Luego, solo a mi género. Hoy, solo a mi especie. Pero como aprendí de Peter Singer, no hay buenas razones para limitar el círculo solo a mi especie, y hacerlo sin buenas razones sería caer en especismo, el equivalente inter-especie del sexismo y el racismo.

Creo que el mejor argumento en favor del veganismo es simplemente este:

  1. Comer animales es innecesario
  2. Comer animales causa sufrimiento.
  3. Se debe evitar causar sufrimiento innecesario.
  4. Por lo tanto, se debe evitar comer animales.

Mi madre una vez me dijo, que desde que adopté el veganismo, se siente juzgada. Aunque yo no diga una palabra al respecto, mis acciones la señalan, no solo por su dieta actual (que por cierto, incluye muy pocos productos animales) sino también por los años en que se ocupó de mi alimentación.

Comida cruda[edit | edit source]

Una de las pequeñas ventajas ocultas del veganismo es que por excluir la mayoría de los alimentos grasosos (con la notable excepción del aceite) resulta mucho más fácil lavar los platos. En general utilizo muy poco (o ningún) detergente y nunca necesito agua caliente, por lo que ahorro en gas o lo que sea que caliente el agua en donde me encuentre. De mi hermano menor, el monje, aprendí que la manera más eficiente de lavar los platos es con dos palanganas, una con agua y detergente, otra con agua limpia. Una persona lava los platos en la primera, otra enjuaga en la segunda, y una tercera seca y guarda. Con esta pequeña línea de montaje (replicada unas 5 veces) lavamos los platos de más de 500 personas en el monasterio central en Saint-Pierre, al sur de Francia, con uso y desperdicio mínimo de agua, tiempo y energía.

Este mismo tipo de consideraciones me están llevando, últimamente, a preferir la comida cruda a la cocida. No se trata solo de un ahorro de energía, sino también de tiempo. En general, solo cocino aquellos alimentos que lo requieren, como el arroz, la papa, la batata y las legumbres.

Algunas legumbres, por otra parte, también las germino y como en forma de brotes. Si hay un alimento que recomendaría a todo el mundo que incorpore, son los brotes. Fáciles, baratos, nutritivos, rendidores, prácticos y deliciosos. Para brotar lentejas, por ejemplo, pongo un buen puñado en un recipiente con agua y lo dejo remojar toda la noche. A la mañana siguiente, cuelo el agua (con la mano) y las dejo reposar. A los dos días, si las veo un poco secas, las remojo otra vez por unos minutos. En verano, las lentejas tardan 3 días en brotar, en invierno un poco más, 5 o 6 días. Con Nasha experimentamos con varios tipos de legumbres, y las que resultaron muy buenas, además de las lentejas, son los porotos "moon" y las arvejas, que ya incorporamos a nuestra dieta.

El paso siguiente al crudiveganismo es el frugivorismo, es decir comer solo frutas, o mejor dicho frutos, pues incluye alimentos como el tomate, morrón, berenjena, zapallo, zapallito, etc. Según entiendo, la motivación para adoptar esta dieta, además de todo lo antedicho, es que los frutos son la única parte de la planta que ellas me dan voluntariamente, para que coma a cambio esparcir sus semillas. En cambio, al comer tubérculos como la papa, o bulbos como la cebolla, estoy matando la planta, y al comer tallos como el verdeo, hojas como la lechuga, e incluso semillas como la arveja y la nuez, si bien no mato la planta, la lastimo. Según su autobiografía, Gandhi era frugívoro, pero comía frutos secos como la nuez. Quizás consideraba, como yo, que las plantas producen semillas en profusión y no les molestaría que comamos algunas, incluso casi todas, si tan solo unas pocas se esparcen. De hecho, eso toca la principal razón por la cual no adopto el frugivorismo, y es que justamente, a las plantas no les molesta nada, pues a diferencia de los animales, no tienen nervios para sentir o cerebro para sufrir. Pero aunque no adopte el frugivorismo, o el crudiveganismo, me parecen buenas oportunidades para reflexionar.

Algunos dicen que las plantas sí sufren, o que al menos se estresan, y que por lo tanto el veganismo no logra su cometido. Otros dicen que cultivar plantas conlleva la muerte de incontables animalitos que viven entre los campos, y que por lo tanto, de nuevo, el veganismo no logra su cometido. La respuesta a estas objeciones que más me convence, es que aún concediendo que las plantas sufren, y que incontables animalitos mueren por su cultivo, se causa menos sufrimiento comiendo las plantas directamente, que usando las plantas para engordar animales y luego comernos los animales.

Cocina de arena[edit | edit source]

Es sabido que las baterías son el talón de Aquiles de las energías renovables (y de la industria electrónica). Para ser justos, las baterías actuales son una maravilla. Sin embargo, nada parece saciar nuestra voracidad energética. Dicho eso, si se lograra una batería más barata, eficiente y duradera, se podría paliar el principal problema de las energías renovables, a saber, su variabilidad e impredictibilidad. El sol no brilla todo el tiempo y el viento no sopla todo el rato. Tenemos formas de almacenamiento eficientes y duraderas, como las centrales hidroeléctricas reversibles, pero solo son factibles en ciertas zonas geográficas y con una gran inversión inicial de capital y tiempo.

Una forma de encarar el problema es mediante baterías "no eléctricas". Una batería es un dispositivo para almacenar energía.

Así llegué a la idea de una batería térmica de arena, un dispositivo que pueda almacenar el calor del sol para que a la noche lo pueda utilizar para cocinar o calefaccionar. Buscando, encontré un video de Robert Murray-Smith sobre baterías térmicas de arena, pero quizás lo más interesante fue un comentario de un tal ??? en que declara que hace años que cocina en un dispositivo parecido. El comentario, traducido, decía:

A diario cocino mi comida en una batería térmica llena de arena de cuarzo. La temperatura sube a unos 350°C al atardecer (incluso en tiempo nublado). A la mañana cae a 250°C. Mi sistema actual:

  • Dos paneles solares de 120 watts / 26 volts conectados en serie
  • Un balde metálico de pintura de unos 20 litros lleno de arena
  • Aislación de fibra de vidrio de aerogel en el interior del balde (12 mm doble capa)
  • Resistencia casera con alambre NiCh (16 ohms) en el fondo

Encima de la arena puse un grueso disco de aluminio (sobre el cual cocino) con gruesas barras de aluminio conectadas que penetran en la arena para transferir el calor. El exterior del balde está envuelto con aislación adicional de lana mineral.

Horno solar[edit | edit source]

Me fascina la historia de la ciencia, y en particular la del siglo XIX, cuando todavía era posible descubrir verdades fundamentales de la naturaleza en un experimento casero, o inventar tecnologías revolucionarias en un laboratorio improvisado. Quizás todavía lo sea, y solo me resulta difícil de imaginar por mi falta de formación científica. Sin embargo, felizmente encontré, en las tecnologías apropiadas, una veta por la cual canalizar mi pasión por la ciencia y la tecnología, sin limitaciones de credenciales o presupuesto, que además me incita a una compresión cada vez más profunda de la naturaleza, y ocasionalmente me produce resultados útiles para mi vida cotidiana.

Mi primer encuentro con un horno solar fue a los 33 años. Alquilé una cabaña en la ecovilla de la Asociación Gaia, para disfrutar un fin de semana diferente. Allí tenían dos hornos solares, del tipo parabólico, es decir con forma de antena parabólica, cuya función es concentrar la luz solar en un único punto, justo debajo de la olla. Por curiosidad, puse a cocinar una olla grande de arroz en uno de los hornos. A las pocas horas, recuerdo haber abierto la olla con cierto escepticismo, y quedar impactado al ver la enorme cantidad de arroz ya hecho. Nada pasado, nada quemado, nada crudo, todo perfectamente a punto. Esa noche y al día siguiente, todos comimos arroz. Así, mi primera experiencia con un horno solar fue todo un éxito, pero no tuvo mayores consecuencias en mi vida, quizás porque los hornos parabólicos son difíciles de construir.

A los 36 años, fui a la COP27 en Egipto y me encontré con el puesto de Solar Cooking International. Allí vi por primera vez un horno solar hecho con cartón, papel de aluminio y plástico. De vuelta en Argentina, visité su wiki sobre hornos solares y quedé fascinado por la simplicidad de la construcción de algunos modelos. Siguiendo un impulso, tomé una caja de cartón que tenía a mano, la desarmé y recubrí con papel de aluminio. Busqué una olla negra que tenía, puse agua y arroz, la envolví con una bolsa de plástico transparente que también encontré por ahí, y la puse al sol, con el reflector de aluminio detrás. Era un día de pleno verano y mucho calor, pero aún así me asombró descubrir, tras unas dos horas, que el arroz no solo se había hecho, ¡sino que se había pasado!

En los días siguientes, leí más sobre el tema e hice varios prototipos, cada vez más sofisticados, pero siempre con los mismos elementos básicos: cartón, papel de aluminio y plástico transparente. Uno de los últimos prototipos era del tipo "caja". A simple vista se ve como una caja de cartón con una tapa de plástico transparente. En el interior de la caja se ubica otra caja más pequeña, separada de la primera por unos centímetros de aire o algún otro aislante, y dentro de la caja más pequeña va la olla. La luz del sol ingresa por el plástico de la tapa, alcanza la caja interior y calienta olla. La olla irradia calor, pero el calor no logra escapar con facilidad debido a la aislación del horno, de manera que la temperatura sube. Para que ingrese todavía más luz al horno, se colocan uno o más reflectores en torno a la tapa, y se utilizan ollas negras para minimizar el albedo. Así, esta humilde tecnología combina efecto invernadero, reflexión de la luz y albedo, para lograr el fin común de elevar la temperatura lo más posible.

Tras incorporar un termómetro, empecé a medir temperaturas de mas de 100°C con facilidad y frecuencia. Sin embargo, un día, no lograba superar los 90°C, a pesar de que afuera hacía un calor intenso. Pensé que el problema podría ser la tapa del horno, que no estaba tan bien construida y quizás dejaba escapar demasiado calor por las comisuras. Probé un par de ajustes sin suerte. Conversando sobre el tema con mi amigo Daniel Blum, se le ocurrió invertir el diseño, poniendo la tapa en la base y el plástico transparente del otro lado, obviamente. De este modo, el calor no tendría comisuras por dónde escapar. Me pareció una excelente solución, y en los próximos días diseñé y construí un prototipo basado en su idea, con algunas mejoras adicionales. Este diseño todavía lo utilizo y alcanza los 100°C con facilidad, además de ser hermoso.

En el proceso cociné arroz, sopa, papas, verduras, porotos, garbanzos para hummus, berenjenas para babaganoush y más.

Aprovechamiento del calor del sol como calor. Tiempo de cocción similar a un asado. Mantener el calor fuera de la cocina.

Deshidratador solar[edit | edit source]

Una tecnología parecida, casi hermana, del horno solar, es la del deshidratador solar.

Conservas. Hojas en agua, tubérculos en arena.

Huerta[edit | edit source]

Cuando volví de mi último viaje, sabía que quería echar raíces y empezar a cultivar la tierra. Sin embargo, no tenía donde. Primero viví unos meses con mis padres en un departamento sin jardín ni balcón que pudiera utilizar. Luego, cuando nos mudamos con mi pareja, fuimos a un departamento con un balcón de 2 metros × 1 metro, con vista a un estacionamiento y contadas horas de sol. Aún así, apretamos tantas macetas y plantas como pudimos en ese diminuto balcón. Es irónico cómo, habiendo vivido tantos años en una casa lujosa con un enorme jardín, mi pasión por las plantas tuvo que comenzar justo después. Supongo que uno solo valora lo que tiene tras haberlo perdido. A veces me pregunto si quienes crecieron sin naturaleza ni jardín, sentirán alguna vez la necesidad de vivir en un mundo verde.

Mi primera huerta fue poco más que dos líneas de tierra, cada una de dos metros de largo y medio de ancho, a lados opuestos de un pequeño depósito en el campo de mi madre. Mi razonamiento para justificar tan extraña ubicación fue que, como yo no vivía en el campo y no podía cuidar ni regar las plantas demasiado, era mejor que tuvieran luz solo una parte del día, para así evitar que se sequen o quemen. En retrospectiva, me parece ridículo, pero en cualquier caso las plantas crecieron y coseché, aunque no fue una cosecha abundante. Sin embargo, poco después, esa misma temporada, preparé otra franja de tierra, un poco más grande, a pleno sol y cerca de la pileta. Mi razonamiento fue que por estar cerca del agua, sería muy fácil de regar con un balde, y que si lo hacía fácil, mi madre me ayudaría con el riego.

Huerta vereda.

En cuanto al auto-abastecimiento, si bien no es mi objetivo, uno de los mejores consejos que leí decía que tan importante como cultivar, es aprender a cocinar y comer lo que sea que crezca. Algunos años puede que abunden los tomates, otros la acelga, otros el brócoli, pero en todos los casos hay que aprender recetas para aprovechar lo que hay, y no limitarse esperando lo que queremos que haya.

La realidad es que, hasta ahora, no tuve demasiada suerte con la huerta. Lo atribuyo a que nunca tuve una casa propia y estable, donde poder cultivar año tras año. Mi tía dice que la huerta es ingrata, porque lo que uno cosecha siempre es lo más barato de la verdulería. Tiene sentido: cuando cosecho zanahoria, todos cosechan zanahoria, y el precio baja. Sin embargo, ???

Compostera[edit | edit source]

A los ?? años empecé a compostar. Compostar me llevó a cultivar, ya que de a poco empecé a cosechar compost y algo había que hacer con él. Además, el compost me producía muchos brotes de las plantas que yo comía (tomates, morrones, zapallos, paltas y otras). Así fue que las fui plantando y cuidando, hasta que un día, casi si darme cuenta, vi que podía distinguir brotes de varias especies. Sin embargo, por aquel tiempo vivía en plena ciudad y las plantas tenían solo dos horas de sol directo al día. Con tan poco sol, cada planta de tomate podía producir un único tomate.

Otros[edit | edit source]

  • Personas que me inspiran.
  • Poemas, libros, documentales, música, etc.

Compras[edit | edit source]

A los 35 años, durante buena parte del 2021, participé de un grupo llamado Versova cuya misión era limpiar las costas de San Isidro. Nos reuníamos todos los sábados a la mañana, a juntar plástico, cigarrillos y otras basuras. Aunque para ese entonces ya me cuidaba de no consumir más plástico del necesario, esa experiencia fue un refuerzo importante. Recuerdo que una vez, me pasé dos horas limpiando un único metro cuadrado de costa, sacando bolsa tras bolsa de entremedio del lodo, completamente invisibles a simple vista. Pese a todo, limpiar la costa siempre fue una experiencia agradable para mi y la recomiendo. No solo para generar o reforzar conciencia, sino también para pasar un rato al sol, al aire libre, rodeado de gente nueva, amigable, motivada y altruista.

Por aquella época, compraba en un pequeño mercado a granel, donde podía llevar mis propias bolsas, frascos y tapers, y así evitar los empaques plásticos. Aprendí a llevar una bolsa plástica plegada en mi billetera, para tener siempre a mano en caso de una compra inesperada. Cuando compro productos empaquetados, busco siempre los de papel, aluminio o vidrio. Aún así, me resulta obvio que estas pequeñas acciones de ningún modo pueden hacer una diferencia en la magnitud del problema. A esta altura, creo que la única solución, si se la puede llamar así, es esperar a que evolucionen bacterias u hongos que metabolicen plástico. Tan fuera de nuestra capacidad está el problema. Hubo un tiempo, hace millones de años, en que las plantas evolucionaron por primera vez la madera, o mejor dicho la celulosa. En ese entonces, no había organismos que la pudieran descomponer o digerir, y así la madera muerta se acumuló por millones de años, formando un estrato geológico que marca el inicio del período Carbonífero. En cierto modo, se podría decir que la celulosa, en aquella época, era como el plástico hoy, y que los árboles contaminaron el planeta con su basura. A veces, cuando estoy solo en el bosque, intento ver la escena con esos ojos, comparando las hojas y los palos con las botellas y las bolsas que tanto vi en la costa. Quizás un día, ese "estrato plástico" marque a futuros geólogos de otra especie, nuestro breve paso por el planeta.

Diferencia entre reciclar y separar. Ecoladrillos.

Mercado ético. Consumo responsable. Comprar es votar.

Dicen que comprar da placer. Pero muchas veces me ocurre exactamente lo contrario: me siento feliz de haber entrado y salido a un negocio sin haber comprado nada, porque no encontré lo que buscaba.

Trabajo[edit | edit source]

Usar la bici, evitar el avión, seguir una dieta eficiente, aislar mi casa, todo carece de sentido si, después, mi jornada laboral lo deshiciera.

Debería resultar evidente que ninguna persona, por sí sola, puede dañar el planeta. Solo es como parte de una sociedad y de un sistema, que algunas personas pueden ser más dañinas que otras. El presidente de un país, o el CEO de una compañía petrolera, por ejemplo, en su vida privada y personal pueden ser tan benignos como cualquiera. Es solo en su trabajo que son diferentes.

Si no hubiera humanos, no habría contaminación plástica ni atmosférica, de modo que no es el sistema que contamina, sino nosotros.

Ocio[edit | edit source]

Reciclaje, límites, upcycling, Biotico, triángulo de Sierpinski, downcycling. Bosquecito. Música, sexo.

Pese a mis esfuerzos de vez en cuando acumulaba plásticos blandos y duros. La gente confunde reciclar con mandar a reciclar. Entonces desarrollé una técnica para reciclar yo mismo mis residuos plásticos. Consistía en una mezcla de cemento y plástico triturado para producir ladrillos. Incluso publiqué un tutorial sobre cómo hacer estos ecoladrillos. Sin embargo Poco después de publicado me vino a enterar que algo así como 2% de las emisiones globales de dióxido de carbono vienen de la industria del cemento. De modo que el concepto de un ecoladrillo con cemento ya no me cierra. Muy superior es la técnica de ligar el plástico consigo mismo, derritiendo lo ligeramente, para producir lo que a veces se conoce como ecomadera. Pero esto es una técnica que todavía no ensayé a nivel casero.

Hay una parte mía que quiere crear y hacer, pero otra me exhorta a relajar y dejar ir.

Al final, lo mas eficiente es hacer una sola cosa muy muy bien, y luego comprar todo lo demás. ¿Pero cuál es el punto? ¿Qué hacer con tanto tiempo y dinero?

Nunca se me dio la poesía, lo mío es la prosa, si acaso. Así tampoco se me dio la música, lo mío es el dibujo, si acaso.

¿Pero cuál es el punto de tanta sustentabilidad? De Alan Watts aprendí que la vida es como un concierto o un baile, que no tienen objetivo, sino que el objetivo es cantar o bailar. Sin embargo, aunque no creo que haya un objetivo en la vida, sí creo que hay una responsabilidad mínima por ???

Cambiar no siempre implica mejorar.

Conclusiones[edit | edit source]

Tras haber probado y considerado, con variable profundidad y detalle, todo tipo de caminos y tecnologías, mi conclusión actual es que la manera más efectiva de llevar una vida rica y sostenible, es cambiar unos pocos hábitos clave y llevar una vida simple.

Vivir de manera sostenible es a la vez fácil y difícil. Es fácil porque lo que se requiere es simple y barato. Pero es difícil porque también requiere cambios de hábitos, y cambiar no siempre es fácil.

Referencias[edit | edit source]

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